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Pud Pud (1985) Ocean Software

Una de las cosas que se puede decir de este juego de 1985 es que es la ópera prima de uno de los más grandes, Jonathan Smith (Joffa) y eso es mucho decir. Si no conociésemos quién es el autor, la otra cosa que deberíamos decir es que el contenido de este juego es carne pura de psicoanálisis. “Pud Pud in Weird World” hace honor a su nombre porque el protagonista está inmerso en un mundo realmente raro, inquietante, con unos gráficos que rayan a veces en lo enfermizo.

Para empezar, las instrucciones no aclaran demasiado lo que hay que hacer, sólo que tenemos que encontrar diez “puddings”. Este cliché de “encontrar las tartas” fue algo que persiguió a Joffa desde que entró en Ocean, y supongo que años después le enfadaría bastante cuando alguien le dedicaba la frase “Qué ,¿buscando las tartas?”. Seguramente le disgustaba más tener que ir parcheando casi cada juego que cruzaba las oficinas de Ocean y por eso acabó fundando su propio sello, Special FX, pero eso es otra historia. El caso es que el objetivo de encontrar los puddings no es tarea sencilla porque se generan de forma aleatoria en cada partida así que puedes ir diciendo adiós a las guías aunque un mapa siempre será bienvenido. Es más: no aparecerá un nuevo pudding hasta que no comamos el que en ese momento esté en el laberinto, por lo que la dificultad para completar el juego es bastante alta.

La mecánica de juego es sencilla ya que el concepto es manejar a un personaje volador a través de un laberinto conformado por plataformas. El control, para que podáis haceros una idea precisa, es similar a la forma en la que se maneja el Kokotoni Wilf o el Jet Pac, con un botón para volar y las teclas de dirección, pudiendo dejar que la gravedad haga su trabajo dejando bajar al protagonista cuando interese. Lo más reseñable es que el juego se convierte en un ejercicio contra el tiempo bastante estresante: existe una barra de energía que baja continuamente como si fuese la entropía, hasta dejarnos sin nuestras tres vidas. La única forma de rellenarla es comiendo puddings (y no es tan fácil encontrarlos) o comiendo enemigos. Los enemigos se generan aleatoriamente y aparecen precedidos de un gráfico que avisa de su irrupción en pantalla, pero lo gracioso del asunto es que hay enemigos “comestibles” y otros que restan energía. Las instrucciones no aclaran nada a este respecto por lo que tendremos que recurrir al ensayo-error. Aunque las bombas parece que no son la comida adecuada, tampoco lo parecerán los murciélagos y comprobaremos lo diferente que es optar por uno u otro. Por tanto, la manera de detener la constante sangría de energía será desviarnos continuamente de nuestro camino para perseguir animalejos a veces con resultados inciertos. Y nos pasará más de una vez que sin quererlo tendremos que chocar con una bomba antes de llegar al ansiado gusanito que nos repone energía, con el consiguiente tiempo malgastado.

Hay más aspectos curiosos: los gráficos de la pantalla cambian de color al salir de la pantalla y volver a entrar, lo cual creedme que más de una vez desorientan y dan la sensación de que has entrado en un bucle cuando en realidad no es así. Dado que tendremos que recorrer el laberinto bastantes veces si es que pretendemos completar la tarea principal, poder orientarse sin despistarnos por los colores cambiantes es mucho más importante de lo que parece. Las plataformas se unen a bloques gráficos enormes que representan manos gigantes, lápidas con el nombre del autor (mucho mal rollo, oigan), ordenadores medio derretidos o rotos, cabezas, calaveras con flores… Un rosario de diseños que contribuyen a este aspecto alucinógeno que lo envuelve todo. Sin tratarse de un aspecto del juego sobresaliente, sí anticipa la capacidad del autor que explotará en títulos posteriores.

El aspecto sonoro acompaña perfectamente la acción, destacando la fastuosa, delirante y (nuevamente) surrealista tonada inicial, que propone variaciones y permutaciones sobre la misma melodía, a veces alegre y a veces incluso siniestra. La portada de Wakelin termina de dar empaque a un producto digno de Ocean aunque no pertenezca a su Olimpo de clasicazos.

En suma, un producto “Smifff”, su ópera prima, y sólo por eso merece la pena que le dediquéis un ratito de vuestras vidas. Como anécdota, a la semana de entrar en Ocean el autor apareció en un reportaje de la BBC en el cual juega-trabaja sobre el Pud Pud con un ejecutivo que le da instrucciones por detrás, supongo que totalmente simuladas y sin tener ni idea. Curiosead por Youtube y lo encontraréis…

WOS
Valoracion: 76% Firma: Jesús Martínez del Vas

jmv

Jesús Martínez del Vas (1973) es Arquitecto, Dibujante y una de las personas que más sabe del Spectrum. Nos ilustra con su arte y sus conocimientos tanto en la web, con interesantísimos artículos, como en el Podcast con sus charlas que nunca querrías que terminaran. También es un ávido coleccionista que cuenta con uno de los más completos catálogos de cintas de Spectrum en nuestro país. Responde al nick JMV, vive en Madrid y lo encontraréis por aquí casi seguro junto a un lápiz y un cassette.

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12 comentarios

  1. Un gran ejemplo del surrealismo británico de los juegos de Speecy de los 80, gracias por sacarlo a la luz – era desconocido también para mí- con esta interesante reseña 🙂

  2. – No sé la ingente cantidad de juego que habré probado en Spectrum (de Jonathan Smith creo que la inmensa mayoría), pero este título en concreto es una de mis asignaturas pendientes. Aunque gracias a los emuladores tiene fácil solución. 😉

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